Me encontraba en Gamarra, La Victoria. Acompañando a una amiga a comprar ropa. Caminábamos por la calle, cuando de pronto sentí como la tierra se movía, mire a mi alrededor y nadie parecía inmutarse, muchos ni siquiera se habían dado cuenta, le dije a mi amiga ¡Temblor! y ella parecía sorprendida, no había sentido nada. De hecho, incluso yo pensaba que era uno de los tantos temblores que asechan a Lima muy a menudo, pero justo luego de informarle a ella sobre el temblor empezó el movimiento más fuerte, toda la gente que se encontraba en la calle, se detuvo a observar preocupada, luego parecía que ya todo se calmaba, pero hubo otro remezón más fuerte, los vidrios de los edificios empezaban a rechinar, los anuncios colgados en los edificios con los nombres de las galerías se movían de un lado a otro al igual que los postes de luz, todo esto ante el pavor de la multitud que observaba, tal vez pensando que era el último momento de sus vidas, el instinto de auto protección hizo que muchos salieran corriendo hacia algún lugar seguro, lo cierto es que no lo había, las calles eran angostas y estaban rodeados de edificios, se escuchan gritos y lágrimas de algunas personas desesperadas. Un destello en el cielo seguido por un fugaz apagón que duró solo unos segundos fueron el telón de fondo de este desastre natural, un terremoto había azotado el país, el más terrible de las últimas décadas, y todo había pasado en menos de dos minutos.
Las personas preocupadas lo primero que hicieron fue intentar llamar a sus familiares. Yo tengo algunos familiares en el Rímac, ellos viven en una de esas casonas centenarias de adobe y quincha, así que les llame, pero no se pudo, el mediocre sistema de teléfonos había colapsado, todos estaban incomunicados y nerviosos. Ya recuperada la calma todo parecía volver a la normalidad, las galerías siguieron abiertas y atendiendo al público, aunque los rostros de temor y preocupación aún eran una constante, ¿Dónde se habría producido el epicentro y que daños habría causado?, era lo que todos se preguntaban atentos a las noticias por radio y televisión. El epicentro de todo había sido en el mar de Ica y había destruido muchas ciudades de la región. Ica, Chincha y Pisco fueron las más afectadas, mientras todo el Callao, en especial loa pobladores de La Punta estaban preocupados y al borde de la desesperación por la preocupación de un posible Tsunami.
El susto no era para menos, en 1746 si no me equivoco, hubo un terremoto, que fue seguido por un tsunami que arrasó con todo el puerto del Callao y buena parte de Lima, recordé eso mientras escuchaba las noticias, ya que hace algunos años hice un trabajo sobre el Real Felipe durante la época colonial. Las noticias aún eran confusas, primero se hablaba de 15, luego de cincuenta, cien, para pasar a los ya catastróficos 300 muertos, finalmente 510 muertos y más de mil heridos era lo que reportan las últimas cifras, toda la atención y ayuda está ahora en la región Ica, que ha sido sin duda la más afectada, no solo por encontrarse más cerca del epicentro, sino por la precariedad de la construcción de sus casas, como siempre estas catástrofes afectan siempre a los más pobres, aquellos que son ignorados por un Estado que habla de bonanza y crecimiento, que no es reflejado en la mayoría de la población y que solo se acuerda de ellos en época electoral o de catástrofes.
Este fue el saldo de un terremoto que nadie se lo esperaba, porque la naturaleza no avisa, porque el hombre no puede predecirlo, el hombre que día a día la destruye sin piedad, depreda sus bosques y contamina sus cielos, todo bajo la bandera del desarrollo y la globalización. El hombre no es más que un ser inútil ante la arremetida de ésta, tal vez como una señal de decirnos ¡déjenme en paz! Como escribió César Hildebrant, tal ves la Tierra está harta de tanto idiota hablando de globalización.
Las personas preocupadas lo primero que hicieron fue intentar llamar a sus familiares. Yo tengo algunos familiares en el Rímac, ellos viven en una de esas casonas centenarias de adobe y quincha, así que les llame, pero no se pudo, el mediocre sistema de teléfonos había colapsado, todos estaban incomunicados y nerviosos. Ya recuperada la calma todo parecía volver a la normalidad, las galerías siguieron abiertas y atendiendo al público, aunque los rostros de temor y preocupación aún eran una constante, ¿Dónde se habría producido el epicentro y que daños habría causado?, era lo que todos se preguntaban atentos a las noticias por radio y televisión. El epicentro de todo había sido en el mar de Ica y había destruido muchas ciudades de la región. Ica, Chincha y Pisco fueron las más afectadas, mientras todo el Callao, en especial loa pobladores de La Punta estaban preocupados y al borde de la desesperación por la preocupación de un posible Tsunami.
El susto no era para menos, en 1746 si no me equivoco, hubo un terremoto, que fue seguido por un tsunami que arrasó con todo el puerto del Callao y buena parte de Lima, recordé eso mientras escuchaba las noticias, ya que hace algunos años hice un trabajo sobre el Real Felipe durante la época colonial. Las noticias aún eran confusas, primero se hablaba de 15, luego de cincuenta, cien, para pasar a los ya catastróficos 300 muertos, finalmente 510 muertos y más de mil heridos era lo que reportan las últimas cifras, toda la atención y ayuda está ahora en la región Ica, que ha sido sin duda la más afectada, no solo por encontrarse más cerca del epicentro, sino por la precariedad de la construcción de sus casas, como siempre estas catástrofes afectan siempre a los más pobres, aquellos que son ignorados por un Estado que habla de bonanza y crecimiento, que no es reflejado en la mayoría de la población y que solo se acuerda de ellos en época electoral o de catástrofes.
Este fue el saldo de un terremoto que nadie se lo esperaba, porque la naturaleza no avisa, porque el hombre no puede predecirlo, el hombre que día a día la destruye sin piedad, depreda sus bosques y contamina sus cielos, todo bajo la bandera del desarrollo y la globalización. El hombre no es más que un ser inútil ante la arremetida de ésta, tal vez como una señal de decirnos ¡déjenme en paz! Como escribió César Hildebrant, tal ves la Tierra está harta de tanto idiota hablando de globalización.
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